DOS – CRISTOBALINA
by Sablazo
DOS
Texto por Cristobalina
Escrito para Sablazo, Crítica Cultural
Un misterioso caso procuró mi amargura, el día en que visité la exposición de doce artistas que en la década de los 70 utilizaron la fotografía de manera neutra y con fines conceptuales. Jaime Ardila, Álvaro Barrios, Inginio Caro, Fernel Franco, Eduardo Hernández, Camilo Lleras, Oscar Monsalve, Jorge Ortiz, Miguel Ángel Rojas, Bernardo Salcedo, Juan Camilo Uribe y Manolo Vellojín, exponían sus fotografías en la Casa Republicana de la Luis Ángel Arango.
¿Pero quién?, ¿quién era ese Jesucristo que había reunido a sus doce apóstoles sin desentrañar de los fecundos años 70 una sola María Magdalena? Santiago Rueda, decía en el basamento del plotter de corte cuyo título – Autorretrato disfrazado de artista- correspondía a la obra de Camilo Lleras allí mismo expuesta.
Una parte de mí, debo reconocer, observó con sensación el espíritu de esas fotografías. Regresó a mí ese viejo deseo, jamás satisfecho, incitado por un fetiche hacia la imagen, en el que planeo la fabricación de un diario de vida en láminas inoculadas por luz, que contengan las transformaciones, los detalles, los hechos, los gestos, y todas las voluptuosidades de mi mirada. Pero otra parte de mí impedía a mi éxtasis alcanzar su clímax dado a un par de conclusiones sobre esta exposición, a cuya negación surgía una nueva que me satisfacía menos: ¿Acaso no habían mujeres artistas colombianas que usaran la fotografía como apoyo conceptual para sus obras en los años 70? Si la respuesta era no, entonces me amargaban los hechos históricos y sociales del pasado que impedían la mirada hacia un único polo de la creación. Si la respuesta era sí, entonces me amargaba Jesucristo y sus doce apóstoles, promulgando como machistas contemporáneos la flagelación a mi bello, sobresaliente y exclusivo género. Este, era un caso amargo y misterioso.
-Hombres en la década de los 70- pensé –esa aclaración es necesaria porque no hay mujeres. Si tan solo la palabra Hombres reluciese en alguna parte del plotter como un bourbon en una barra vacía, no tendría por visitante a este ominoso sentimiento que proyecta desigualdad, machismo y opresión hacia mi divino género, a sabiendas de que el problema en sí no es la falta de mujeres entre los doce apóstoles, sino el hecho de sospechar que si la exposición contuviera, no doce hombres, sino doce mujeres, estaría en ese plotter encerezada, ensalzada y señalada con fajo de flechas fosforescentes, fluorescentes y eflorescentes la palabra-Mujeres-.
Está bien- pensé luego- este mensaje infraliminal no es culpa de Rueda, ni de los artistas, ni de los años 70, es un hecho normal, que no por ello significa para la consciencia que esté bien. Las mujeres no hemos sido protagónicas y cuando lo somos, ese es un hecho extraordinario-.
Volví a entrar a la exposición y me detuve frente a dos fotografías de Inginio Caro: Virgen María frivolity y Cristo efervescente. Recordé entonces aquel momento histórico en el que Pío XII definió como dogma católico la Assumptio Bettæ Mariæ Virginis (asunción de la bienaventurada Virgen María). Lo que el Papa hizo ese 1 de noviembre de 1950 en un nivel consciente, fue anunciar al mundo que sus cielos democráticos poseían ya una propia madre, y así debilitar la mayor fortaleza de la que se ufanaban los estados comunistas: La fuerza de la maternidad, que otorga incondicionalmente alimento, salud y educación a todos sus vástagos. No obstante, en un nivel fuera de su consciencia(como lo ha afirmado Jung en su estudio sobre los arquetipos), lo que Pío XII anunció, fue la apertura hacia una nueva era en donde la mujer, oculta para la cultura durante una buena cantidad de siglos, empezaría a salir a la luz cual gorda y brillante luna llena.
Aquel mismo día fui por la noche a la inauguración de la exposición final de las tesis de la especialización en fotografía de la Universidad Nacional, en el Leopoldo Rother. Yacía yo frente a la fotografía de un árbol caído en medio de un espeso bosque. Episodio a blanco y negro que ostentaba absoluto enfoque desde el trasfondo hasta la superficie y de borde a borde, fotografía que el artista David Guarnizo habría construido cual autoflagelación en innumerables madrugadas en el cerro de la Virgen de Guadalupe. -Valdría la pena contar la historia completa de esta fotografía- pensaba yo -las reflexiones de David en medio de los lomos voluptuosos del cerro que arrulla a este árbol caído, y la obsesión en sus entregadas madrugadas, tomando fotos, una y otra vez, para construir esta ventana hacia su pasión oculta, su propia caída. ¡Valdría la pena contar la historia!- me autoinsistía, cuando de repente, a un par de metros míos franqueó mi mirada una cabellera larga, agrietada y mística que visitaba también la exposición, -¡Seh!- me dije a mi misma, -Ahí está Jesucristo…- y reanudé mi amargura de la mañana.
Pero tal amargura no hizo sino señalar una lucha interna que me dividía en un ridículo dos, la eterna lucha del dos que solo se apacigua en la contemplación mutua y equilibrada de la bipolaridad, el levitmotiv del día apareció en mi memoria: La virgen de cera derritiéndose por el fuego, el Cristo efervescente por el agua, ¿por qué debatir entre el fuego y el agua?, ¿entre la democracia y el comunismo?, ¿entre la razón y la emoción?, ¿entre la izquierda y la derecha? Esta bufa dualidad es la gran marca de nuestros tiempos. ¿Será posible un camino del medio? Claro está que la enunciación demoníaca de un polo, es la caída divina del otro.
Y así, en medio de mi histérico y autorreconocido feminismo de aquel día pensé: -sí, lo que anunció Pío XII es el feminismo, ¡sí, lo que se nos viene es el feminismo! ¡Sálvanos, oh mi Dios omnipotente!-.
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