INTERZONA: EL OJO DESNUDO – D’ALEGRÍA
by Sablazo
INTERZONA:
EL OJO DESNUDO
Texto de D’Alegría
Escrito para Sablazo, Crítica Cultural
“Sólo el espíritu es capaz de cagar”.
Gilles Deleuze y Félix Guattari. El anti-Edipo.
“Los órganos no mantienen posiciones ni funciones constantes… brotan órganos sexuales por todas partes… se abren rectos, defecan y se cierran… el organismo entero cambia de color y consistencia en ajustes de una fracción de segundo…”.
William Burroughs. El almuerzo desnudo.
Su mirada era penetrante, profunda, bastante negra y pegajosa. Se untaba sin querer. Imposible era no perderse entre sus pupilas color café, verde y amarillo oscuro. Seguido parecía mancharse. Algo sucio había bajo sus párpados inexistentes. Era una mirada que se podía oler. Imposible era observarla sin sacudirse de boca a ombligo. Disfrutaba comiendo, más cuando sacaba de su cuerpo cualquier cantidad de fluidos grotescos. Al llorar, sus lágrimas espesas y malolientes no limpiaba, ni con pañuelo ni papel higiénico -menos pañitos húmedos-. Su lamento: coro de inodoro. Su mirada penetrante amaba ser acariciada.
El almuerzo desnudo, libro de William Burroughs, se transforma gracias a las manos de David Cronenberg, en un montaje de imágenes y sonidos -del saxofón de Ornette Coleman-. Allí vemos claramente -al exterminar todo pensamiento racional- el espacio escatológico del cinematógrafo: William Lee -protagonizado por Peter Weller, famoso RoboCop- se encuentra en Interzona, luego de matar a su esposa -la drogadicta de los viajes kafkianos (se inyecta veneno para cucaracha y se siente bicho)- de un tiro en la frente jugando a Guillermo Tell, junto a dos maricas. Van en el más hermoso carro que se pueda uno encontrar allí, cuando se habla sobre el ano parlanchín, así:
“Existió una vez un hombre que enseñó a su ano a hablar. Movía el abdomen entero y pedorreaba palabras. Nunca había oído nada semejante. Un sonido espeso, pegajoso, borboteante; un sonido que se podía oler. El hombre trabajaba por las ferias y montó un número de ventrílocuo. Pero poco a poco, el ano empezó a hablar por sí solo. Salía el tipo a escena sin nada preparado y el ano se ponía a improvisar. Luego fue desarrollando una especie de colmillos pequeños, como ganchos ásperos curvados hacia dentro, y empezó a comer. Al principio creyó que era algo simpático y montó un número gastronómico con eso; pero el ano se dedicaba a comerle los pantalones, quedaba al aire y empezaba a vociferar por la calle. También se emborrachaba y lloraba, diciendo que nadie le quería. Deseaba igualdad de derechos, quería que lo besaran como a todas las demás bocas. Acabó por pasarse hablando día y noche. Podías oír al hombre cómo le mandaba a callar a gritos. Le daba puñetazos y le metía velas encendidas. Total para nada servía, porque su ano le decía: «al final serás tú el que se calle, no yo. Porque ya no haces ninguna falta. Yo puedo hablar, comer y cagar». Después de aquello, empezó el hombre a despertarse por las mañanas con algo como una cola de renacuajo pegada a la boca, llena de una gelatina transparente. Se arrancaba eso de la boca y le quedaban trozos pegados por las manos, como gasolina ardiendo. Y seguía extendiéndose. Le fue obstruyendo la boca. Se le fue auto-amputando la cabeza, toda menos los ojos. Lo único que el ojo del culo no podía era ver. Necesitaba los ojos. Las conexiones nerviosas quedaron bloqueadas, invadidas, atrofiadas, y el cerebro ya no respondía. Estaba atrapado en el fondo de su cráneo, encerrado por siempre. Durante un tiempo podía verse a través de los ojos cómo sufría su enmudecida mente impotente. Seguramente se murió porque sus ojos se apagaron, ya no reflejaban más sentimientos que un ojo de cangrejo muerto”.
En El almuerzo desnudo hay bastantes fluidos corporales, que se viven por el ojo: se transmiten cuerpo a cuerpo, se comen y se excretan, se introducen y pululan. Se inyectan desperdicios y eyaculan música. Veamos el mundo escatológico del cine, desde la película que Cronenberg hizo gracias a Burroughs, El almuerzo desnudo.
Reporte sobre el almuerzo desnudo.
“En vez de tener una boca y un ano que se estropean, ¿por qué no tenemos un solo agujero para todo, para comer y para eliminar?”. William Burroughs. El almuerzo desnudo.
Luego que William Lee mata a su mujer -como en la vida real hizo Burroughs-, se ve obligado en libertad a realizar reportes para una extraña corporación, por Interzona. Vende su pistola recién usada y se compra una máquina para escribir, marca Clark Nova -que en realidad es, como toda máquina, un bicho secreto-.
Cuando se llega a Interzona, ese mundo sin lugar que ocupa todo sitio, los cuerpos segregan fluidos desagradables, fuera de lo normal y con gusto. La película de El almuerzo desnudo nos muestra ese espacio que no se deja medir ni examinar ni censar, que escapa a la luz y a toda vigilancia, que no se percibe en el mundo obligado de la casa de cristal, que se esfuma para el que no habla y come excremento, que gusta al verse a sí mismo excitado. Allí se pierde la noción de realidad; ¿cómo no si se sufre de alucinaciones esporádicas, por consumir polvo-amarillo-mata-cucaracha? Lo que viví nunca lo viví. La verdad nunca ocurrió para mí.
El polvo para matar cucarachas, el mismo que consume el exterminador William Lee, lleva directamente a otras drogas, como el fluido blancuzco que segrega la cabeza erecta de una máquina para escribir -recompuesta gracias a la ayuda de un marica llamado Kiki-. La máquina para escribir eyacula una sustancia espesa que el protagonista se sirve con gusto y toma animado -drogado-, mientras trabaja en diferentes reportes sobre la sexualidad de los bichos en Interzona. Es una materia viscosa y adictiva, eso que toma con gusto el señor; ¿y quién no? ¿Y tú no?
Al final de la película se muestra una fábrica que produce el mismo líquido delicioso. Se vende como droga: humanos perdidos chupan antenas erectas que salen de las cabezas de los bichos-máquina y botan materia lechosa, producto necesario para seguir en el proceso de Interzona: me volví adicto a una sustancia inexistente y tengo miedo a sus efectos secundarios.
Reporte sobre el cine.
Al igual que las máquinas que atemorizan a los personajes de la película El almuerzo desnudo, el cine tiene un cuerpo escatológico de ano, un inmenso abdomen que de lado a lado no deja de forjar excremento: se produce un mundo que expele aromas fuertes, rancios y particulares. El séptimo arte es un bicho, un viaje kafkiano, una metamorfosis -nada de metáforas-, un fluido que no cesa de estropearse en un proceso de arrastrar y atrapar, extenderse y moverse, cambiando lo que ves y escuchas. Te dicen qué mirar y cómo oír.
El cine es un cuerpo y por lo mismo tiene los mismos orificios que tú y yo; no diferente son sus órganos. El cine tiene boca y tiene ano, manos, ojos, lengua, ombligo y pies. El cine produce leche y vomita, va al baño y sin sentarse evacua trozos enormes de una pasta perfumada. Su mirada es penetrante, sucia y escurridiza. Ve mientras lo observan.
Dice Deleuze que “el seno es una máquina que produce leche, y la boca, una máquina acoplada a aquélla”. En el mismo texto -en la misma máquina-, asegura Guattari que “una máquina siempre va acoplada a otra”. No diferente es lo que no canta Burroughs: “vaginas clavadas sobre el cuerpo de las mujeres, pene inmenso compartido por los hombres, ano independiente que se atribuye a un cuerpo sin ano; «cuando murió la boca, se consultaron a las otras partes del cuerpo para saber quién se encargaría del entierro…». Las unidades nunca se encuentran en las personas, en el sentido propio o «privado», sino en series que determinan las conexiones, disyunciones y conjunciones de órganos”. No otra cosa es el cinematógrafo, que graba al mundo fragmentado en que no vivimos: semejante a cualquier organismo, no se estanca.
Y si no se queda estable, es como lo que soy sin ser. Soy único, como todos. Soy ellos y nadie. No soy eso. Soy todos iguales. No soy. Soy lo que no puedo ser. No puedo ahora ser lo que era, porque seré lo que nunca soy. Se abren órganos y se cierran, excretan y se paralizan, se ponen duros y sacan líquido, hacen que fluya entre sí la vida. Se hace negro y luego blanco: al cambiar sigo siendo el mismo; eso es el cine: un fluido pestilente y adictivo que cae directamente al baño, ¿y quién no? ¿Y tú no?
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