LA ESTUPIDEZ, DE RAFAEL SPREGELBURD – JUAN PABLO CASTRO
by Sablazo
LA ESTUPIDEZ, DE RAFAEL SPREGELBURD
Texto por Juan Pablo Castro
Escrito para Sablazo, Crítica Cultural

Entre 1996 y 2012 el dramaturgo, director y actor Rafael Spregelburd ha publicado las piezas que componen su admirable Heptalogía de Hierónymus Bosch. Se trata de un proyecto maratónico de siete obras dramáticas con universos independientes, pero ensamblados sobre una constelación preexistente: la pintura de la Rueda de los Pecados Capitales, de Hierónymus Bosch.
El cuadro que sirve de inspiración al proyecto es un tablero redondo en el que se despliega, a la peculiar manera de El Bosco, la alegorización de los siete pecados capitales. Pero como los pecados de ayer son hoy inocuos placeres, Spregelburd actualiza el sistema en una nueva cartografía de leyes y transgresiones. Según su particular visión, los siete pecados capitales contemporáneos son la inapetencia, la extravagancia, la modestia, la estupidez, el pánico, la paranoia y la terquedad.
Una obra Trascendente hecha con ladrillos de Banalidad
Ubicada el centro de la Heptalogía, con 22 escenas, 5 historias y 24 personajes, La estupidez se erige como obra cúspide de la empresa. A la manera de Magnolia, de P.T Anderson, la obra “cuenta” cinco historias que se entrelazan y reflejan. Lo llamativo e insólito es que en su extravagante proliferación barroca no hay una sola (lo juro) línea inteligente. Esto que podría parecer una provocación no es otra cosa que uno de los principios constructivos del texto: “se trata –asegura Spregelburd- de construir una obra sobre lo Trascendente pero usando exclusivamente ladrillos de Banalidad”.
Me gustaría detenerme en dos elementos en relación con esto. Primero, ¿cómo es posible, formalmente, apostar al raro cruce entre esos dos términos excluyentes? Segundo ¿qué entiende la obra por estupidez?
El más allá
Los personajes de Spregelburd discuten sobre si el huevo duro va bien o no con la ensalada indiana; sobre si “doce” suena igual a “dos” en castellano; sobre si “Doreen” es la forma moderna del nombre “Dorothy”. Lo Trascendente, lo que hace que la obra sea capaz de sostener durante tres horas y veinte la deslumbrada atención de sus espectadores debe buscarse en algún tipo de elemento subyacente a los parlamentos.
Tal vez ese componente se encuentre en la omnívora curiosidad del autor por ciertos universos extra-teatrales. Del mismo modo en que el tema moral de la Heptalogía proviene del terreno de la plástica, la estructura de las piezas proviene del escabroso universo de las matemáticas. Es así que la crítica Natacha Koss ha definido el proyecto como un hijo bastardo entre la pintura de El Bosco y la teoría del caos.
Nacida en la década del 70’ la teoría de las estructuras disipativas (también conocida como teoría del caos) “se ocupa de aquellos sistemas que tienen un comportamiento impredecible y aleatorio, aunque sus componentes estén regidos por leyes deterministas”[1]. En cristiano: si en la primera escena de una obra un personaje tose, esto no implica necesariamente que en la última morirá tuberculoso (el ejemplo es de Spregelburd).
La teoría de los fractales (producto de la teoría del caos), por su parte, propone la existencia de un objeto ideal a partir de los principios de autosimilitud y detalle infinito. “Cada porción del objeto tiene la información necesaria para reproducirlo todo”. A partir de un proceso de repetición (y variación) de sí mismo se llega a una estructura extraordinariamente compleja. Es decir que a partir de la iteración de minuciosas piezas banales, se llega a la construcción de un enorme edificio inteligente.
Si los personajes de Magnolia buscaban la felicidad, la reconciliación o el sentido de la vida, en Spregelburd lo relevante es la estructura profunda que subyace a esos frágiles destinos individuales; es lo que enarbola y organiza: el alma de la estupidez en la que hierven las relaciones matemáticas. De ahí que Jorge Dubatti señale con admirable nitidez crítica que si en el centro del cuadro de El Bosco está Cristo, en el de la Heptalogía preside “la materia matemática de que está hecha el universo, los números y el rigor de sus combinatorias considerados en su condición metafísica”.
El más acá
Entre las cinco historias representadas sobresale una troncal, titulada Marchands. Como su nombre lo indica, esta pone en escena las desventuras de dos mercantes de arte que intentan vender un cuadro invendible, al que los años han roído hasta el borde mismo de la nada. Un cuadro acabado, decolorado, sin valor, pero… ¿qué es el valor, en todo caso?
Para vender la rémora de cuadro los marchands deben inventarle un contexto, un movimiento, una figura. Esos elementos, absolutamente arbitrarios, pero hábilmente manipulados engendran y disparan el precio de la pintura fuera de toda proporción lógica. No importa: al final de la cadena hay una caravana de personajes estúpidos dispuestos a pagar millones por el pálido envoltorio vacío…
De este modo La estupidez pone al descubierto (y ridiculiza) la manera en que el valor simbólico del arte es fraguado por grandes sofismas marquetineros que disparan su valor económico a dimensiones, digamos, desconcertantes.
(Portada. Rafael Spregelburd. La Estupidez. El Pánico: Heptalogía de Hieronymus BoschEd. Atuel TeatroImagen tomada de: http://img.alternativateatral.com/scripts/es/fotos/notas/resumen/000025048.jpg)
[1] Ver Breaking Bad.
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