NOSOTROS LOS DE ARRIBA, USTEDES LOS DE ABAJO -JUAN PABLO CASTIBLANCO-
by Sablazo
NOSOTROS LOS DE ARRIBA, USTEDES LOS DE ABAJO
Texto esrito por: Juan Pablo Castiblanco @KidCasti
Para Sablazo, Crítica Cultural
(Imagen tomada de: http://www.identi.li/index.php?topic=159615)
Tenía ideas vagas sobre lo que debía escribir en este texto hasta que me encontré con una sencilla, casi invisible, línea en la última editorial de la revista Arcadia que ató mis cabos sueltos. En su prólogo a la edición 100 de la publicación, que hace una selección de cien obras que narran al país desde las artes, su directora Marianne Ponsford escribió: “Hemos incluido, con ambición, obras de arte, música culta y canciones populares, cine, fotografía, series de televisión y, por supuesto, literatura”.
La anomalía es casi imperceptible. Hasta puede que la misma Ponsford ni siquiera lo haya notado o pretendido, pero esa división de “música culta y canciones populares” es el paradigma de cómo, en la cultura, también hay dinámicas de estratificación y exclusión social; que la cultura, por más de que muchos la quieran separar de los violentos hábitos de la política y la economía, también es escenario de agresión, intolerancia y desprecio.
¿Si existe “música culta” también significa que hay “música inculta”? Al menos en la división de Ponsford, las canciones populares no hacen parte del primer y selecto grupo. Es decir que, solo para quedarnos en Colombia, expresiones como la champeta, el vallenato, el joropo, el currulao, el bullerengue, el bambuco, el pasillo o el porro, no son “cultas”. Solo diversión pueril y pintoresca, sonidos con los que el pueblo se divierte, mas no elementos que merecen ser considerados en la respetable categoría. ¿Las expresiones del pueblo, las de las minorías, las de las clases menos favorecidas, deben circular en espacios consagrados para la cultura eurocéntrica (salas de concierto, museos, galerías, etc.) para poder ser avaladas? Queda en el aire la sensación de que esa noción de cultura aún está definida por criterios colonialistas, por una rígida noción de que el conocimiento divino llega de afuera y lo de acá debe ser domesticado, evangelizado y civilizado a como dé lugar. Por eso en el circuito de emisoras y consumidores de rock y pop anglo, subyace la idea de que se están educando o refinando por haber superado la “guisada” de oír chucu-chucu.
(Imagen tomada de: http://www.forosecuador.ec/forum/ecuador/cine-tv-radio-y-espect%C3%A1culos/2216-concierto-2013-de-la-orquesta-filarm%C3%B3nica-de-bogot%C3%A1-quito)
Escarbando más allá de esa abstracta y compleja dualidad de culto/inculto aún se pueden seguir rastreando huellas de la exclusión dentro de la música. Todos esos estudios de universidades intangibles que “Las personas que escuchan reggaetón podrían tener menor coeficiente intelectual” y que con tanto orgullo son compartidos en muros y timelines, son apenas el comienzo. El año pasado circuló en Facebook una loable campaña de apoyo a la música nacional, difundida por músicos y gestores del rock colombiano. Sin embargo, ¿qué entendían estos miembros de la escena cuando hablaban de la “música nacional”? ¿Estarían dispuestos a incentivar en su público el apoyo tanto a artistas como J Balvin, Silvestre Dangond o Maluma, como a ellos mismos? Una pregunta que cobra más fuerza cuando en las tres o cuatro últimas ediciones de Rock Al Parque ha surgido un inverosímil polémica, en la que se debate si no se ha abierto demasiado el espectro de lo que se considera “rock” y qué tanto espacio se le deberían dar a propuestas más tropicales, bailables, electrónicas, experimentales y menos estridentes. ¿Cuánto falta para que los músicos nacionales se unan en un solo gremio, intenten regular tarifas de presentaciones en vivo para todos los géneros y busquen crear un único festival de sonidos nacionales y donde se demuestre que todos podemos convivir en paz?
Hace un par de años un grupo de artistas encabezado por Naty Botero, Wamba y Doctor Krapula se quejaron públicamente por la disminución de espacios en la radio comercial ante la desmesurada atención al reggaetón y, además, esgrimiendo algunos caricaturescos argumentos morales dignos más bien del Concejal de la Familia. Si la verdadera lucha fuera por la moral y las buenas costumbres, ¿el pop o el tropipop podrían estar libres de pecado? ¿Habrían abogado por esa misma apertura sonora si fueran ellos los que estaban en la cima del dial? Las emisoras tienen una defensa cruda, contundente e irrefutable: programan éxitos, lo que les da rating y no están para ser un centro de beneficencia y apoyo al músico. La ayuda no viene desde afuera, solo desde adentro.
En un país violento y radical, fragmentado e intolerante, dividido y muy distante de verdaderos procesos de perdón y olvido, la música no parece estar dando un mejor ejemplo. Nuestra música es una nación de divisiones que debería tomar el primer paso hacia un escenario utópico de tolerancia y convivencia. Ya no se trata de que el punkero pueda bailar al lado del metalero; se trata de que el colombiano baile al lado del colombiano. Ahí está el comienzo de un nuevo cuento.
2014/02/20 @12:58
Ayer vi una grabación de Chob Quib Town con la filarmonica de Bogotá. La alta cultura es bien incluyente, no se crea. Está bueno su artículo, lástima como empieza, odio eso de “no sabía que escribir para este artículo hasta que……….”
2014/03/14 @04:30
Dice Jeremy Deller en el prólogo del libro ‘Home-Made Europe’, al respecto de la construcción vernácula (comparable con lo que llama en el artículo ‘popular’): “frente a nuestra mirada mal acostumbrada, estos objetos ‘se parecen al arte’, cuando, en realidad, ‘el arte’ se parece a estos objetos, si no aspira a ser como ellos”. En muchos casos, a las ‘expresiones populares’ y a sus autores, poco les interesa que lo que hacen sea considerado ‘arte’ o cultura… Y quizás sea mejor que así sea.